Los temas que polarizan siempre son difíciles de tratar. Venezuela, el conflicto entre Israel y Palestina… y Cuba.
Las protestas callejeras al grito de “¡Libertad!” en las calles habaneras muestran a las claras que los motivos van más allá de una crítica al régimen, es la suma de la crisis sanitaria, la falta de vacunas, la eterna lucha por la subsistencia diaria, y la falta de empatía de los dirigentes frente a estos temas.
Gran parte del pueblo pide a la Revolución cubana un cambio de mirada.
Alguna vez Silvio Rodríguez le pidió al mismo Fidel que la revolución no solo tendría que ser irrenunciable como pedía Castro, también debería ser “perfectible”.
Esta nueva generación de dirigentes, que ni siquiera había nacido en los comienzos de esta historia, hoy tiene el deber de leer el mundo nuevo.
Pero es cierto que cualquier interpretación de la crisis cubana cae en manos de la inevitable grieta.
Quienes sostienen la defensa férrea de la revolución cubana, olvidan algunas cosas. Por empezar la historia nos demuestra que las revoluciones, a pesar de lo que sostenía León Trotski, no pueden ser permanentes. Pocas duraron demasiado sin transformarse, modernizarse o prostituirse.
Le ocurrió a la Revolución Francesa, que al poco tiempo vuelven a un sistema monárquico; a la Revolución Rusa, que en el período stalinista se transformó en su peor versión; y a la maoísta, que con la revolución cultural y el gran salto adelante creó más miseria, entre tantas otras.
Mirar hoy a Cuba con ojos de 1959, con Fidel y el “Che” Guevara con sendos habanos en sus bocas como si el tiempo no hubiera pasado, es un error romántico. Cuba vivió muchas etapas y crisis y, sobre todo, dos generaciones.
El mundo es otro y la revolución, si desea permanecer, debe tener un ojo puesto en los tiempos que corren.
Modernizarse sin prostituirse podría ser una salida, pero permanecer igual que hace 60 años es un error. Un Gobierno popular no le teme a lo diferente, se debe mostrar mejor frente al pueblo que afirma defender.
La vida de la gente va más allá de los slogans y debates mediáticos; es la realidad cotidiana de levantarse, trabajar, disfrutar y padecer un sistema. Esas vidas deben ser contadas y escuchadas. En un Gobierno popular, el pueblo es el centro, no el enemigo.
Y para quienes sostienen la mirada de la dictadura y el atraso, hay mucho para decirles. Lo primero es que una dictadura no se prolonga durante 60 años y dos generaciones sin caer. Y eso demuestra que, a pesar del descontento actual de una parte importante de la población, aún hay muchos que apoyan al Gobierno, aunque lo hagan con críticas.
Y si usted piensa que un bloqueo de casi 60 años no genera miseria se equivoca. En junio pasado la Asamblea General de la ONU condenó el bloqueo estadounidense a Cuba con 184 votos a favor, tres abstenciones y solo dos votos en contra: EE.UU. e Israel.
Una pequeña parte del mundo, casi ínfima, piensa que esa postura es acertada, y la inmensa mayoría lo ve como una aberración política y social.
El componente ideológico del “no” a gobiernos de izquierda, no alcanza, es solo una idea.
La triste historia de los gobiernos fracasados alcanza tanto a la izquierda, al centro y la derecha.
Los cautos soñamos con una Cuba que pueda demostrar lo que es capaz sin un bloqueo, y con un Gobierno que no tema a la multiplicidad de voces.