El silencio de muchos aturde y abruma. Preocupa. Es que en los últimos días nuestro país ha dado peligrosos saltos al vacío que significan, sin duda alguna, un retroceso en los acuerdos básicos y fundamentales con los cuales habíamos decidido construir nuestra forma de vida, de educarnos y pensar el futuro.
Desde 1983 con el retorno de la democracia e incluso antes, en la lucha para dar fin con la dictadura militar que escribió el capítulo más oscuro y cruel de nuestra historia contemporánea, la defensa y promoción de los derechos humanos fue una premisa sagrada.
Ciertamente, con luces y sombras como en todo proceso, a lo largo de los años fue un consenso básico unánime de no concebir otra forma de desarrollarnos sino a través de la ampliación de derechos, del imperio de la justicia, de reconocernos plurales e inclusivos como sociedad.
Esta forma de pensar y de hacer nos ha valido un enorme reconocimiento. Lo he experimentado en cada encuentro aquí y en los foros internacionales.
Comisionados, expertos y académicos que nos visitaban, como también en cada comité o examen de las Naciones Unidas, comenzaban siempre reconociendo el compromiso y liderazgo argentino en derechos humanos, e incluso haciendo mención que muchos de ellos se habían formado estudiando y observando nuestro recorrido y saberes.
No exagero, todo está en las actas que pueden consultarse.
Hoy Argentina ya no es ese modelo.
Ha dado la espalda a su historia y ha puesto en duda su presente y futuro.
Es mucho más que la vergüenza de avalar a Daniel Ortega y a Nicolás Maduro y sus regímenes dictatoriales, crueles y asesinos; o callar ante el carácter terrorista de Hamas. El significado real que debemos ver es que se le ha dado la espalda a la gente.
Martin Luther King, que a través de los años sigue marcando camino en la defensa de los derechos humanos, dijo: “La injusticia, en cualquier parte, es una amenaza a la justicia en todas partes”.
Ser indolentes e indiferentes al oprobio que son sometidas las sociedades en otros países no es una posición neutral, por el contrario, es tomar partido por el victimario.
La defensa de los derechos humanos es permanente, no acepta cooptación ideológica alguna y no admite, bajo ningún concepto, contradicciones.
Defender los derechos humanos es abogar por sobre todas las cosas por la libertad, siempre.
Los argentinos sabemos perfectamente de qué se trata la violencia política, la proscripción, la persecución, las detenciones arbitrarias, la violencia institucional, la desaparición forzada. Si fue malo para nosotros en el pasado también lo es con seguridad para nuestro prójimo. Lo es para el mundo.
Por ello preocupan estas decisiones y aturde el silencio de tantos, porque sino importan para el prójimo corremos el riesgo que un día dejen de importar para nosotros.