“La Argentina transita momentos difíciles, únicos, en el que la sociedad tiene la responsabilidad histórica de reflexionar el presente y decidir su futuro. No solo para sí, también para su descendencia que está en peligro.
La identidad de nuestro país, como una tierra de oportunidades y prosperidad ha sido borrada por el gobierno kirchnerista desde hace 20 años.
Esa Argentina del progreso, trabajo, libertad y educación como herramienta de movilidad social, fue reemplazada por la del ignorante, la falta de capacidad, el adoctrinamiento de los niños, la genuflexión y el estado privatizado para una nueva nomenclatura que aconchaba militantes y amigos en el poder, con costo insoportable para los contribuyentes. Sólo genera déficits millonarios y una absoluta intrascendencia para la ciudadanía.
La pobreza como modo de dominación, el miedo, la falta de proyectos de mediano y largo plazo, la demolición del sistema republicano constituyen en conjunto un atentado contra el sistema democrático y la llave para perpetuarse quebrando así la posibilidad de volver a nuestras fuentes.
Argentina se construyó desde el barro, los padres de nuestra Patria solo soñaron con los grandes. Dejaron atrás con esmero las guerras fratricidas y la anarquía.
Sarmiento, con sus ideas liberales y sus maestras norteamericanas dejó el mayor legado: la escuela pública de excelencia, el progreso de la educación popular para terminar con el analfabetismo de la población, según le indicaba el primer censo del país que organizó en 1869.
El Código Civil de Vélez Sarsfield trajo normas claras que faltaban al ordenamiento jurídico argentino. Avellaneda planificando que nuestro país -el octavo más grande del mundo- dejará de estar escasamente poblado y mal comunicado entre sus regiones.
Aparecía Leandro Alem, promoviendo los principios de la libertad que convirtieron la Argentina, luchando de modo insobornable para que el voto sea respetado, la democracia una realidad que fortaleciera el progreso y la buena política sinónimo de riqueza. A las ideas liberales, les dio una arteria democrática y republicana. El republicanismo, es mucho más que la democracia liberal.
Argentina era un país donde los sueños se realizaban, desde Europa nos elegían. Era sinónimo de riqueza, en los años veinte, cuando el “Franco” francés languidecía y -por el contrario- la República Argentina contaba con un peso fuerte que hacía exclamar a más de un parisino: “Rico como un argentino”.
No era para menos: el país había inaugurado en mayo de 1918 un hospital argentino en París, para atender a los heridos de la primera guerra mundial y atendido totalmente por argentinos.
Una idea que nació en 1915 y fue germinando con Marcelo de Alvear, quién como embajador de Hipólito Yrigoyen la concretó con la solidaridad de médicos argentinos residentes en París.
Alvear en la inauguración dijo: “…la manera más eficaz de conmemorar la emancipación de un pueblo y el nacimiento de nuestra libre democracia, era consagrándose a cuidar los heroicos heridos del glorioso ejército de Francia”.
La Argentina es un espejo con dos destinos: uno de ellos refleja a una sociedad en la que la educación es el medio de ascenso social, el esfuerzo como motor de proyectos, la honestidad es el valor de los dirigentes políticos, la eficacia con transparencia una exigencia ciudadana, la corrupción un delito, la justicia un medio de pacificación y construcción de futuro democrático, la democracia un sistema de vida, la libertad el valor supremo. La prosperidad de nuestra sociedad ha sido la consecuencia de ello.
El otro refleja a una sociedad quebrada, rendida y de brazos caídos, donde la corrupción no es delito, muestra la Justicia arrodillada, a la prensa y la actividad privada atacada, a la política un medio de vida para enriquecerse y concretar pingues negocios sin límites, a la educación paupérrima, hambre, pobreza, miedo y autocensura, al estado interviniendo la economía para los negocios de la facción gobernante, a una sociedad sin libertad, a los derechos individuales discutidos.
Un país con la ley pisoteada e impugnada por un poder sin control que oprime, conculca derechos y menoscaba libertades para perpetuarse. Este espejo refleja el presente, sin futuro, sin proyectos y al pueblo paupérrimo y doblegado.
El espejo del desgobierno y la calamidad de las políticas del oficialismo obliga a los ciudadanos -y en especial a los jubilados- a vivir sin tener garantizados sus alimentos y medicamentos, a abandonar el sueño de la casa propia, a dejar de ahorrar para sus vacaciones y proyectos de vida, a negar al hijo una computadora que necesita para la universidad, a no poder tener educación y cobertura de salir, a los jóvenes a sentir que solo van a heredar frustraciones y concluyan decidiendo que irse a cualquier otro país es un buen plan.
El otro reflejo del espejo, es el de nuestros abuelos, protagonistas y testigos de la Argentina de la tierra prometida, del país pujante y próspero, donde los sueños con esfuerzo, trabajo y superación se cumplían, con educación de excelencia.
El país necesita nuevas utopías. Nuevas ideas de futuro, elevar la calidad de nuestros problemas. Recuperar el verdadero rol de la política, que es el de configurar el futuro, el de la política de la anticipación y la prevención. Desintoxicar y oxigenar el debate público de los grandes temas nacionales. Volver a la política “con mayúsculas”, donde el país está por encima de cualquier interés.
Hoy en la Argentina, la política debe abandonar el patético lugar de no decirle la verdad a la cara a los argentinos, y de no decir las cosas que hay que hacer por miedo a perder votos.
Hay que ir a buscar un mandato ciudadano claro, en base a un conjunto de ideas y propuestas programáticas a realizar, desde el minuto uno, en el gobierno.
Que la ciudadanía sepa no solo qué se va a hacer, sino también qué cambios deberá defender toda vez que algunos de ellos se procuren materializar y aparezcan quienes quieran frustrarlos.
Ese mandato debe ser guiado por la visión política de un estadista que debe interesarse más por la transformación necesaria para el país que por su reelección.
La propuesta debe promover menos burocracia parasitaria, más economía privada y más políticas orientadas a la producción y el trabajo para generar empleo de calidad.
Cero tolerancia con la corrupción, cepo a la impunidad y al narcotráfico. Cárcel y castigo a la corrupción y fin de la anuencia y blandura con el delito y el terrorismo. Esa actitud es la que marcará el verdadero cambio de paradigma: el volver a gobernar para el bien común.
Las políticas de cambio deben estar orientadas y sincronizadas a confluir en cuatro consignas constitutivas, que deben trabajarse en comunión para alumbrar el país que viene: ahorro, inversión, transparencia e innovación. Hay que desempolvar la Argentina de los propósitos de la Constitución Nacional. En tiempos de crisis los países necesitan programas.
La Constitución Nacional es nuestro programa mayor: es el programa de los padres de la patria, del preámbulo, la noble igualdad, el que afianza la justicia y convoca a promover el bienestar general, el que busca asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino.
Esa Argentina es posible, solo exige la decisión de elegir el reflejo del espejo correcto y 2023 nos da la esperanza”.
Opinión por Álvaro de Lamadrid es un ex diputado nacional de UCR/Juntos por el Cambio (JxC).